Por José Danilo Centeno, para Cántaro Cultural
El otro día me encontraba hurgando en los cajones del puesto de mi amigo Agamenón Ñurinda, localizado en uno de los mercados de Managua. El mismo puesto de libros usados donde encontré Por los trillos de la finca, de María Mayela Padilla, y Lina, de Adriano Corrales Arias, así como Alquimia para hacer el amor, del salvadoreño Melitón Barba.
Resulta que, en plena búsqueda, me di de narices contra un libro que en letras desleídas anunciaba: Cuentos de Angustias y Paisajes.
CARLOS SALAZAR HERRERA, APÓSTOL DE LA CULTURA
El costarricense Carlos Salazar Herrera fue un artista plástico, escritor y periodista nacido en San José el 06 de septiembre de 1906. Premio Nacional de Literatura 1965, estuvo inmerso en el movimiento que se forjó alrededor de Repertorio Americano que impulsó don Joaquín García Monge.
Dedicó su existencia a una dilatada actividad cultural que incluyó la escultura, el dibujo y el grabado. En 1928, su cuento La piedra de Toxil ganó un concurso organizado por la Editorial Costa Rica. Hacia 1930 empieza a publicar sus textos en Repertorio Americano.
En el año 1934 se dedica al grabado en madera. Encabeza una iniciativa que reúne en un libro sus trabajos y los de artistas plásticos como Francisco Zúñiga, Francisco Amighetti y otros. El libro se titula Álbum de grabados.
Carlos Salazar Herrera fue profesor de dibujo en la facultad de Bellas Artes, de la Universidad de Costa Rica. Fue vicedecano de la mencionada facultad.
A partir de 1950 se instala como director de Radio Universidad, para la cual creó un reglamento, diseñó su programación, gestionó un presupuesto y desplegó esfuerzos para que la emisora contara con sus propias instalaciones.
CUENTOS DE ANGUSTIAS Y PAISAJES
Sus cuentos publicados en revistas y periódicos fueron reunidos por Salazar Herrera en un volumen titulado Cuentos de Angustias y paisajes, que apareció bajo el logo de la Editorial El Cuervo, en 1947.
Originalmente, la edición contenía 38 piezas, cada una de ellas ilustrada con grabados hechos por el propio autor. En una edición posterior fueron agregados dos textos más: El resuello y El cayuco, para fijar en treinta el total de historias.
El ejemplar encontrado en Managua, en la librería de viejo de Agamenón Ñurinda —a quien le llamo «El Greco»— fue editado por la casa Editorial Bongo, San José, 1990, y presenta en la cara interna de la contratapa el sello de una librería de viejo de San José, Costa Rica: Librería Libro Azul.
En esas historias el escritor aborda los problemas y padecimientos de la población rural de su época, la indefensión y el abandono, las creencias y supersticiones de la parte más vulnerable de la sociedad tica: los conchos.
Salazar Herrera sumerge sus historias en una miel ligera de finas desazones y en algunos casos desembocan en escenas desgarradoras que nos despiertan reminiscencias del tremendismo, aquel recurso utilizado por Camilo José Cela en la familia de Pascual Duarte: Seres desvalidos atrapados en ambientes y situaciones angustiosas, presas lastradas por el fatalismo, sin más posibilidad que la desgracia.
En la obra hay una brevedad de pintura japonesa que reduce los detalles para darnos lo fundamental, sin perder el lirismo en la narración de los hechos y la descripción de los paisajes, en los que están inmersos los personajes, en una amalgama que destila desazón, atmosferas que se quedan vibrando con acordes estremecedores.
Los personajes están inmersos en el paisaje y el mismo paisaje se vuelve otro personaje, en una amalgama que destila la angustia que nos anuncia el título en letras amarillas: Cuentos de Angustias y Paisajes.
El lenguaje utilizado tiene una sencillez que no desdeña las imágenes, las metáforas, el cromatismo, la elipsis que impide palabras innecesarias, recursos todos estos que colocan al libro más allá del mero costumbrismo al cual sublima. La obra coloca al escritor al lado del otro Salazar, el salvadoreño Salarrué (Salvador Salazar Arrué) y del mexicano Juan Rulfo.
Estamos frente a una obra cuya lectura uno se abstiene de consumir de una sola sentada, de un solo golpe, de una sola incursión, porque —eso bien lo entendería Scherezada— experimenta la necesidad de «guardar para mañana».
Cuentos… es una colección de temática intemporal de poemas-cuentos, una obra en la que uno no puede sumergirse, con la pretensión de salir al otro lado incólume, sin esa percepción de que algo se le ha cimbrado por dentro, tal como lo planeara don Carlos Salazar Herrera, el poeta aquel que «poemizaba» cuentos.